P. Gustavo Casas sj, 53 años de filosofía en la Universidad Católica de Córdoba (UCC)

Nací en Rosario (Santa Fe), el 12 de octubre de 1919. Mi familia procedía de Córdoba. Éramos 9 hermanos: 3 varones y 6 mujeres. Yo era el menor de todos. Mi padre y mis dos hermanos varones eran abogados, y mis hermanas, maestras o profesoras. Los primeras letras me las enseñó mi madre, así fue cuando me llevaron al colegio primario me ofrecieron pasarme directamente a segundo grado, porque no había jardín de infantes. Era una Escuela primaria del Estado. El catecismo se enseñaba en casa, porque éramos una familia católica tradicional, las mujeres más practicantes, los varones menos. El secundario lo hice en el querido Colegio “Sagrado Corazón” de los Padres Bayoneses, lo mismo fue para mis hermanos. Ellos eran muy franceses todos y esa fue la lengua que me quedó después. Allí me fui entusiasmando con la Acción Católica y las Conferencias Vicentinas de visita a los pobres. Estas dos cosas son importantísimas en mi vida. Del 1933 al 1938, justo cuando surge la Acción Católica en la Argentina, después del congreso nacional con Pío XII. Al terminar ingresé a la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad del Litoral, donde llegué hasta tercer año. Allí participé de la vida universitaria activamente. Eran los años de la Segunda Guerra Mundial (varios amigos murieron allí), hecho muy importante para mí porque marcó el heroico “todo o nada” de mi vocación. No era una cosita que la íbamos madurando. Yo creo que si me examinaran ahora no me admiten hasta que madure (risas). La prueba está en que a los dos días me quise escapar y el P. Sponda sj me ayudó mucho a perseverar. Entonces sufrí una crisis vocacional y el día de la Entronización de la Virgen del Rosario, durante la gran fiesta pública que se celebró el 7 de octubre de 1941, sentí claramente que el Señor me llamaba a entrar a la Compañía de Jesús. Si bien no conocía ningún jesuita (salvo por la historia del P. Fourlong, sj), influyó mucho el que nuestra casa de campo en las Sierras de Córdoba, donde pasábamos todos los años largas vacaciones, estaba situada en Santa Rosa de Calamuchita, un lugar paradisíaco, impregnada por la historia de los jesuitas, de los cuales mi padre era un admirador. En efecto, allí estaban las ruinas de la Estancia “San Ignacio” que servía de apoyo económico de la Casa de Ejercicios que funcionaba en la ciudad de Córdoba durante la colonia. En el mismo noviciado de san Alberto Hurtado sj Así, el 11 de marzo del año siguiente (1942) ingresé en el famoso, Noviciado de la calle Buchardo, y tuve por maestro de novicios al siervo de Dios P. Mauricio Jiménez sj, un español que era un caballero un santo que nos transmitía paz. Mi ángel fue el p. Carlos Sponda, sj a quien conocía desde la ACA. Y me salvó varias veces la vocación. ¡Menos mal que no salí! Terminando felizmente el Noviciado, hice tres años de Juniorado estudiando latín y griego en los autores clásicos, a través de las clases de los padres Rosés y Vicentini, principalmente. Eran los cursos que entonces se denominaban; “media”, “suprema” y “humanidades”. Esto fue todo un descubrimiento porque venía de las ciencias, la matemática especialmente. Y el humanismo me conquistó de una manera notable. “Esta fue mi cruz más fuerte. ¡Justo en ese momento de mi vida!” Me enfermé, entonces, seriamente de los pulmones, teniendo que interrumpir los estudios durante tres años (1947-1949). Este fue un punto crucial en mi vida, porque yo era un tipo muy sano. Era fuerte para las caminatas, y eso me llevaba incluso a algunos excesos. Pasó que descuidé un refrío un invierno y al verano se me declaró tuberculosis. Era fatal en muchos casos. Y la única cura era el aire y el reposo. Esta fue mi cruz más fuerte. ¡Justo en ese momento de mi vida! Fue un corte abrupto en la formación. Y uno pensando en las cosas de Dios dice: “¡qué maravilla la Providencia de Dios pero qué fuerza tiene que dar!” Estuve internado en el Hospital Español de Córdoba durante 6 meses, donde me intervinieron principalmente en 5 oportunidades. Al final, gracias a Dios y al acompañamiento constante de los jesuitas, día y noche (porque nunca estuve solo y siempre tuve un jesuita a mi lado ya que cuidarme era un oficio más de los junionres), pude salir a flote, y paso a paso. Y esto fue muy importante porque podría haberme ido a mi casa tranquilo y gracias a la Compañía seguí. Y esto hace ver lo que es la Compañía. Ya en nuestra casa, irme disponiendo para venir al Máximo para hacer la filosofía. Esto pudo concretarse en el año 1950 y 1951. Yo deseaba tener clases porque estudiaba solo. El año siguiente pasé directamente a Filosofía como un alumno más porque pedí rendir. Mis grandes maestros fueron entonces el P. Pita en Filosofía, y los PP. Álvarez, Alonso y Larrea en Teología, entre otros. La ansiada ordenación llegó el 7 de diciembre de 1954, aquí en la Capilla del Máximo. La vida de sacerdote comienza con la Revolución El año 1955 pasó la preparación del llamado “Examen ad gradum” (y los trastornos de la Revolución de Perón contra los curas, con innumerables peripecias). Aquí en el Máximo varios curas fueron presos, por eso tuvieron que irse y quedamos los teólogos de cuarto año que éramos sólo 6 en todo el Máximo. Cuando venía la policía les decíamos, para no mentir, que éramos sólo estudiantes, sin decir que ya éramos curas. Mientras atendíamos a las monjas. Universidad Católica de Cárdoba: “La vida universitaria es un don” Por fin en marzo del 56 rendí y aprobé el Examen. Y el Provincial me destinó, evidentemente por mi salud, a Córdoba: haría Tercera Probación como P. Espiritual de los juniores, y la actividad pastoral la realizaría con el P. Camargo, que, en lo que había sido el Colegio “San José” recientemente creado, había convocado la gran tarea de crear la Universidad Católica de Córdoba, la primera Universidad privada del país. La primera promoción fundadora del “Instituto”…, fue el 8 de junio del 56. Yo me sumé al grupo sólo un año después, en julio del 56. Este fue el único “Pax Christi” que se me dirigió en toda mi vida de jesuita, de manera que desde esa fecha ininterrumpidamente, hasta el 20 de agosto de 2009 en que volví a la Enfermería de Provincia, han pasado la friolera de 53 años continuados en el mismo destino. Que hayan pasado volando para mí significa que han sido años maravillosos. A la vez se trata de un apostolado quizá muy ingrato, porque es indirecto y porque las gratificaciones las recibí cuando la gente crecía, mientras sos el “profe”. La vida universitaria es un don que hay que cultivar. La actividad concreta fue la del magisterio de una “formación humanista y cristiana”. Era lo que más me gustaba hacer: dar filosofía a gente que no es filósofa, es decir, de otras carreras. Además, durante ese tiempo, me tocó la época de la guerrilla donde desaparecían alumnos. También iba a confesar a la Iglesia de la Residencia y fui Capellán del Colegio de las hermanas de Jesús María. Para más datos, me remito a los Prólogos de mis únicos libros de textos que están publicados por la Editorial de la Universidad.

P. Enrique Fabbri, sj Sencilla experiencia de 91 años

No me siento aún envejecido porque sigo siendo ágil para el cambio y la evolución, pero me experimento ya anciano porque no me encandila lo nuevo por ser nuevo, ni defiendo lo viejo por ser viejo, sino que sé saborear discretamente uno de esos tantos dichos de los pueblos rebosantes de sabiduría: “no es oro todo lo que reluce”. Bien se dice que la esclerosis vital no es patrimonio exclusivo de los hombres de mucha edad.
Donde no hay curiosidad, interés, aventura, aceptación, confianza, elegancia y humor, allí ya está instalada la vejez, porque ha fallado la juventud en la que el hombre aprende hacer anciano al crecer en la sabiduría.
Cuando el acrecentamiento de los achaques de la vejez, que aparecen como preanuncios de una muerte próxima, bloqueen la manifestación de los valores creativos y contemplativos en que uno ha querido vivir durante toda su vida, ojala pueda seguir siendo testigo de todos los valores humanos y religiosos que quise cultivar en mí mismo y en mis relaciones.
Y al llegar a anciano he aprendido la última lección que puedo dar en esta vida: la del agradecimiento. Sentirme feliz y sonriente en el gesto humilde y manso de recibir cuidados y atenciones, para que los que se desviven por mí se sientan también felices. Amar es también saberse lleno de gozo al agradecer a los otros por el modo como colman nuestra propia pobreza.
El dolor de la muerte adquiere sentido cuando uno lo empapa de sabiduría. Entonces, no deja de ser doloroso, pero se impregna de un abandono confiado, fruto del cariño que cuenca muere, cuando uno se despide definitivamente de los seres y se apronta al abrazo final con Aquel que me “amó hasta el fin” (Jn 13,1). Por eso en él, con él y por él acepto los misterios de mi vida y de mi muerte con todas sus circunstancias, muchas de ellas inexplicables, y me sumerjo en la esperanza que se ha empeñado en mantenerme abierto al amor misericordioso de Dios, en la cual, aunque no todo se entienda, todo se puede vivir en la confianza de su promesa.
Entregar de este modo la vida a Dios es la mejor manera de recuperarla en una misteriosa dimensión superior: “El que tiene apego a su vida la perderá, y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna” (Jn 12, 25). El verdadero anciano, al morir, no se hunde en el ocaso de la noche oscura, sino que surge en la luminosidad resplandeciente de una alborada eterna.

Alberto Aguirre, sj “Sólo quiero estar insertado en lo que ha de crecer”

Soy Alberto Luis Aguirre S.J., nacido el 10 de noviembre allá lejos en el tiempo, ingresado a la Compañía de Jesús el 11 de marzo de 1951.
Recibida mi ordenación presbiteral en 1963, aprendí con otros jesuitas a ser y trabajar como “amigos en el Señor” en tres sucesivas pequeñas comunidades. Con ellos residí “apretadamente” en departamentos de 3 y 4 ambientes entre los años 70 y 78.
Recogiendo un germen nacido en el 5 año de mi bachillerato, aprendía a desarrollar y expresar mi interés por la cosa pública en el CIAS (Centro de Investigación y Acción Social) de la Compañía de Jesús, en Buenos Aires, y en los “coloquios de Agrelo”(Mendoza) realizados para dirigentes de la sociedad mendocina.
Para mi modo de actuar por el Reino, como vocación particular, lo vengo viviendo desde muy joven, en mi parroquia bautismal de San José de Flores (Bs. As.) y luego como jesuita, a favor de la formación cristiana de otros jóvenes, mientras dejaba de ser joven.
Habiendo dejado atrás la juventud, cuando en 1985 puse mis huesos al servicio del Movimiento Juvenil de Peregrinos, logré expresar en palabras el ideal que desde siempre me inspiró: “Sólo quiero estar insertado en lo que ha de crecer” (adaptación libre de una frase del P. Teilhard de Chardin). Lo cual me ha permitido gozar de la opción por actuar en procesos humanos fecundados por la gracia de Dios.

La vida de jesuita:

1- ¿Es posible comenzar preguntándole acerca de algún dato esencial de su biografía?
Sí, es posible... yo soy un jesuita que felizmente lleva 60 años como tal.
2- ¿Por qué jesuita? ¿Qué es ser jesuita para ud.? ¿Cómo experimentó su vida en formación dentro de la Compañía? ¿Qué experiencias lo marcaron profundamente en sus primeros años de jesuita?
Jesuita, porque así lo decidí hace 60 años, tras 4 años de luchas interiores, superados en total libertad con la ayuda de un sabio jesuita (P. Achaval), y el testimonio cotidiano de la relación con otro jesuita (P. Bullrrich) con quien trabajé estrechamente en la dirección de las congregaciones mariana. Ser jesuita, para mí, ha sido consagrar mi vida a Dios en la obra de Jesús; más concretamente, en el acompañamiento de jóvenes en un proceso de vivir la fe en la vida. Totalizar lo que ya hacía en las congregaciones marianas la formación la viví en  esperanza, superando mi costosidad en los estudios. No puedo decir mucho más acerca de las experiencias que me marcaron entonces.
3- ¿Qué sueños se han visto realizados en tantos años de Compañía? ¿Qué misiones tuvo en la Compañía y qué significaron para su vida? ¿Qué campos apostólicos?
Particularmente los sueños en relación con el acompañamiento de jóvenes, particularmente realizados en el Movimiento de los Peregrinos, en forma análoga -respetando las distancias- a lo antes realizado en las Congregaciones Marianas. Siempre tuve misiones en esa línea, con el acento puesto en despertar y acompañar procesos. Ello ha sido y es todavía la alegría de mi vida. Además, he escrito mucho para acompañar la reflexión personal en la vivencia de la liturgia
4- ¿Cómo vivió los tiempos de crisis personales, de la Iglesia, del mundo? ¿Cuáles fueron sus momentos más decisivos?
Los viví en esperanza, serenamente, por estar inmerso en la misión, de modo que se me hace difícil, insuperable, el intentar señalar los momentos más decisivos.

La vida en misión:
5- ¿Cómo definiría su estilo de trabajo? Si tuviera que elegir algunos baluartes en su vida, ¿cuáles serían?
Acompañar, en reflexión, en mi mesa de trabajo y de diálogo pastoral, escribiendo mucho para orientar diversos grupos, enriqueciendo la temática de esos escritos con la lectura de autores como Anselm Grüm y otros. Allí residen los baluartes de mi vida.
6-  ¿Qué han significado los compañeros, los amigos y amigas para su vida? ¿Cómo ha experimentado el compañerismo, la amistad?
La amistad en el acompañamiento ha sido, y es, invalorable, con profundidad afectiva. Cuánta vida!!!

La vida en el Espíritu:
7-  ¿Quién es Jesús para ud? ¿Cómo ha experimentado en su vida el Reino que Él anuncia?
Jesús es para mí la cercanía de Dios entre los hombres. Lo veo (sin poder verlo de otro modo) indisolublemente ligado al anuncio y realización de su Reino. De este modo lo siento vivo en mi existencia, especialmente en la misión.
8- Mirando hacia atrás ¿Cuál podría decir que es el núcleo de nuestra espiritualidad para usted? ¿Qué significan los EE para ud., cómo los ha vivido a lo largo de los años?
 En lo que acabo de expresar descubro el núcleo de nuestra espiritualidad: la búsqueda permanente de Jesús y su Reino. Los EE. Son el momento privilegiado para esa búsqueda, la actualización de la autenticidad de la propia vida en el Espíritu
9-  ¿Qué le diría a alguien que quiere ser jesuita?
Al que me diga que quiere ser jesuita procuraría animarlo con mi testimonio, con mis propias vivencias, con mi alegría.
10- ¿Qué le diría a un laico comprometido?
Mis acompañados me reflejan que los jesuitas actualmente somos elegidos por los laicos como representación preferencial de la vida eclesial. Eso anima especialmente mis esperanzas, de tal modo que no puedo concientizar temores concretos, ni antes ni ahora.

El padre Juan, un sacerdote que hace camino al andar “Estoy felizmente arruinado”

El padre Juan, un sacerdote que hace camino al andar
“Estoy felizmente arruinado”

Miércoles 15 de junio de 2011 Salta. TRILCE LOVISOLO, EL TRIBUNO

Hoy es un gran día para el padre Juan Schak, sj párroco de la Iglesia San José Obrero: se cumplen 50 años de su ordenación sacerdotal, cuando tenía 32 años.
Nació en Wisconsin, Estados Unidos. Era el menor de cinco hermanos (tres hermanas mayores y un hermano que le seguía a él, pero que murió de pequeño). Siendo niño otra muerte golpeó su vida: la de su padre. Su madre era maestra. En la escuela secundaria empezó a pensar en la posibilidad de dedicarse al sacerdocio, pero rápidamente quiso convencerse de que no era una buena idea, le contó ayer a El Tribuno. A modo de anécdota el padre contó que en una oportunidad, para “impresionar a las chicas” hablaba sobre sus inquietudes de ser cura, sin saber que, ciertamente, ése sería su destino. También comentó que le gustaban los bailes estudiantiles y que jugaba fútbol americano.
En la universidad comenzó la carrera de ciencias exactas que abandonó en tercer año luego de darse cuenta de que lo que realmente quería era ser un hombre de Dios. “No es que no me gustase esa carrera, pero yo pensaba: cambiar a Dios por algo que fue creado por él no es negocio” (risas).
Antes de venirse a Argentina vivió dos años en Colombia, donde aprovechó para estudiar español.
Hace 46 años, el arzobispo de Salta, monseñor Roberto Tavella quiso fundar una universidad en la provincia y, entonces, envió una carta a Wisconsin, en la que pedía que viniesen sacerdotes jesuitas para fundar esta casa de altos estudios (Universidad Católica de Salta). Fue así como el padre Juan Schak, junto al padre José Lally, vinieron a esta provincia.
Su primer destino fue Molinos, en los Valles Calchaquíes. Tenía 36 años y estuvo allí cerca de dos años. “Era muy ágil, trepaba los cerros... Molinos era un pueblo inhóspito, pero la calidez de su gente me cautivó”, recordó. Luego anduvo por muchos otros pueblos calchaquíes y más adelante vivió 20 años en Anta.
En agosto de 1988, el arzobispo ordenó trasladar al padre Juan a San José; había muerto el padre José Lally. Hace nada menos que 23 años que el padre Juan está en la parroquia.
Según dijo, es muy distinto ser sacerdote aquí que serlo en Estados Unidos. “Acá uno se convierte en un integrante más de la familia de las personas, no es un funcionario. La cultura acá es muy distinta, la gente es muy afectuosa”, remarcó.
“¿Cuáles son los mejores recuerdos que tiene de su trabajo en Salta?”, interrogó El Tribuno. Respondió: “Tienen que ver con los enfermos. Es increíble cuando uno ve que hay personas que sufren horrores pero que al mismo tiempo son muy nobles, no se quejan y aman a Jesús. Eso me impacta mucho”.
¿Y cómo está el padre Juan de salud? El afirma: “Estoy felizmente arruinado”. Sus palabras hablan del deterioro natural que la vejez, inevitablemente, trae al cuerpo. “Cada día vivido es mejor al anterior”, concluyó el padre.

Carlos Carranza sj, 86 años y con el entusiasmo a flor de piel

Carlos Carranza sj,
86 años y con el entusiasmo a flor de piel



La vida de jesuita:

1. ¿Es posible comenzar preguntándole acerca de algunos datos esenciales de su biografía? ¿Qué referencias mínimas darían cuenta de quién es ud?

De familia cristiana –nada extraordinario- clase media ámbito de reunión, cariño, abuelos y padres modelos, unos de responsabilidad, otros de sentido religioso, otros de humanidad y trabajo.
Cursando el 5º grado en el colegio salesiano y al cumplir los 13 años acepto vivir en el Seminario (1931) de Córdoba … donde se prolonga con naturalidad la vida de  mi colegio sin que el “sacerdocio” constituyera una consciente opción que le diera sentido al plan de existencia que me ofrecía el Seminario. Hasta que a los 19 años entro en crisis y llegó el cambio con la esperanza de que el mismo que me llamó (1944) me hiciera saber qué hacer con mi persona y entonces me entregué sin “conocer” la Compañía de Jesús. ¡Tal cual!
El Seminario y la familia requirieron razones del cambio… pero no quedaron satisfechos y yo con el tiempo, fui entendiendo lo que me ofrecía la Compañía de Jesús. NB. No tengo ningún reproche que hacer a los Superiores y compañeros del Seminario que me recibieron con mucho afecto y me iniciaron en la vida clerical.
2.  ¿Por qué jesuita? ¿Qué es ser jesuita para ud? ¿Cómo experimentó su vida en formación dentro de la Compañía? ¿Qué experiencias lo marcaron profundamente en sus primeros años de jesuita?
 No tuve que hacer discernimiento entre la Compañía y otras  instituciones religiosas, el llamado fue a la Compañía ¡sin discusión!
Desde el punto de vista de la Institución ha que leer, vivenciar, encarnar las Constituciones y desde el punto de vista de la espiritualidad hay que profundizar y asimilar la “experiencia mística” de San Ignacio.
Toda la formación ha sido mi esfuerzo acompañado para entender las Constituciones y conocer la persona del Ignacio y su carisma. En ese esfuerzo me han ayudado el aporte de las congregaciones generales y el luminoso ejemplo de jesuitas santos y sabios que tuve el privilegio de conocer. El espíritu Santo (de quien soy fiel devoto) se hizo presente en este itinerario, como al comienzo.
Fundamental cambio en la experiencia del mes de EE que concluyó justamente el día de Pentecostés con un gran gozo intenso que hizo época en mi vida. El año 1949 estando en Filosofía se repitió parcialmente este gozo cuando en momentos de desolación  abro el Salmo 17 (“Yo te amo Señor”) que hasta hoy es mi preferido.
3. ¿Qué sueños se han visto realizados en tantos años de Compañía? ¿Qué misiones tuvo en la Compañía y qué significaron para su vida? ¿Qué campos apostólicos?
Los votos primeros fue un punto de partida para entender por qué dejé el Seminario. El deseo profundo o sueño de mi vida (consulto mis apuntes) ha sido el conocimiento y el amor al Verbo Encarnado y consecuentemente el conocimiento de la Iglesia… y todo lo demás queda definitivo a mi permanencia en la Compañía de Jesús.
El ejercicio de la misión apostólica comienza en Don Alonso (hoy San Alonso) siendo teólogo primer encuentro directo con el pueblo de Dios y los pobres. Esta pastoral con los pobres ha ocupado un lugar prolongado en mi vida sacerdotal: en don Alonso cinco años, ocho años en Santa Fe y treinta y cinco en Barrio Pueyrredón en Córdoba hasta que el Señor me llame a su Barrio.
La experiencia de tres “misiones urbanas”, Chaco, Córdoba (1959) durante la tercera aprobación fueron determinantes para una preparación intelectual, afectiva y práctica del ejercicio de la misión pastoral: “Cómo evangelizar”
Esas misiones y la de Buenos Aires (1960) significaron el descubrimiento de lo que esperaba de mí el pueblo de Dios y especialmente los jóvenes a quienes me he dedicado el más extenso tiempo de mi vida sacerdotal… Esta dedicación comenzó con mi magisterio en el juniorado de Córdoba allá por los años (1951-1953) (¡saquen la cuenta!)
A los jóvenes debo mi permanente buen humor y optimismo, mi sim-patía a saber: alegrarme, sufrir, caminar, cantar, jugar, rezar con ellos, animarlos, educarlos, enseñarles, hablarles del Verbo Encarnado… (El Catálogo dice “año 51” de magisterio. ¿Habrán hecho bien las cuentas?)
La Compañía de Jesús puso a prueba mi capacidad para el gobierno (nada extraordinaria); en Santa Fe coordinador de la pastoral del Colegio de la Inmaculada (1961-1969); rector del Colegio Sagrada Familia en Córdoba (1970-74) y superior de la Comunidad donde no demostré mucha sabiduría. Nuevamente superior de la Sagrada Familia (1995-2001).
Bienio en Bélgica donde descubrí la universalidad de la Compañía. La integración de la UCC ha sido y es el mejor período de mi vida en la Compañía (desde 1976).
4. ¿Cómo vivió los tiempos de crisis personales, de la Iglesia, del mundo? ¿Cuáles fueron sus momentos más decisivos? ¿Qué lo ayudó a vivirlos?
La crisis de las instituciones se intensifica en la década del 60… el Concilio Vaticano II, el CELAM en Medellín… fueron el aporte de la Iglesia a los signos problemáticos de Latinoamérica en el orden espiritual, social, económico y político y declaró que la Iglesia de Jesucristo debe ser el “sacramento de Salvación” para el mundo que le toca vivir y evangelizar; hay que comprender y estar en ese mundo… por esa puerta abierta han pasado muchos hermanos nuestros, algunos con una opción difícil de explicar.
Fue un verdadero desafío al cual debía responder o dentro o fuera de la Compañía. Con Luis Totera amigo y hermano hicimos discernimiento y la conclusión: “nos quedamos”.  Sufrimos la salida de los sacerdotes.


La vida en misión:

5. ¿Cómo definiría su estilo de trabajo? Si tuviera que elegir algunos baluartes en su vida, ¿cuáles serían?
Según G. Nadal el estilo de San Ignacio era “contemplativos en acción”, según el modo de la contemplación para alcanzar amor  [EE 230-237]. Dediqué muchos esfuerzos por comprender e integrar en mi vida el sentido de la “contemplación” como disposición integral para la relación personal con el Verbo Encarnado y el Espíritu Santo que nos habita… y de allí a toda la dinámica pastoral. (NB. La mística cristiana es el tema de mis lecturas hace cinco años.)
El baluarte que más define mi estilo es la “predicación de la palabra” que asumí como un don particular. He ordenado en cuatro carpetas con tarjetas de fichas los puntos de mis homilías dominicales (1996-2004), preparación cálida de la “palabra”, fruto de la contemplación.
6. ¿Qué han significado los compañeros, los amigos y amigas para su vida? ¿Cómo ha experimentado el compañerismo, la amistad?
He anotado en el ítem 3 lo que ha sido siempre mi relación con los jóvenes… he sufrido sus crisis y sus desorientaciones en estos últimos 50 años de convivir con ellos, por eso aprendí a tocar guitarra, organizar campamentos, atenderlos en sus problemas humanos y espirituales… etc., todo lo cual ha significado una total entrega y un gozo interior por los frutos obtenidos, el afecto personal ofrecido ha sido plenamente correspondido con demostraciones reiteradas de respeto, cariño y de sincera amistad.
La relación con mis hermanos jesuitas no es fácil de clasificar con adjetivos, la actitud fundamental ha sido y sigue siendo el respeto, la colaboración, una convivencia en la cual ninguno provoque malestar, desconfianza, desinterés o frialdad afectiva, aunque haya diferencias en algunas ideas. Recuerdo como un don del Señor la amistad con Luis, no hubo otra igual. Vivió sus últimos años en la comunidad donde yo fuera superior y lo asistí en su muerte.
En lo referente a la amistad, relación con “las jóvenes” se debe entender como lo dicho en el ítem 6.
No faltaron en mi vida de sacerdote algunas amistades femeninas que pusieron a prueba mi condición de célibe. En las personales crisis afectivas tuve que luchar para ubicarme yo mismo y la amistad insistente de la mujer con oración, con austeridad, con claridad… la mujer con frecuencia va más allá del respeto, la admiración sobre todo si se trata de un clérigo joven, etc. NB confieso que en algunos casos he sido un poco ingenuo y condescendiente.
Hoy disfruto de la amistad madura de una persona que me ayuda y me quiere con inteligencia y delicadeza.
7. ¿Qué significa la Compañía de Jesús para la Iglesia actualmente?  ¿Qué esperanzas y temores lo acompañan a esta altura de su vida con respecto a la realidad que vivimos?
A esto yo respondería con el párrafo 9 del decreto 1 de la congregación General 35. Temor, preocupación permanente para mí es el “laicismo” como una ausencia, prescindencia de lo trascendente en todos sus ámbitos de la vida humana. Los nuevos “ídolos” que sustituyen al Dios de la revelación son cada vez más poderosos. Para ofrecer una existencia cada vez más fascinante, más superficial, más sin sentido, sin verdaderos valores. El laicismo –que no es ateismo- ha sido uno de mis temas preferidos en la predicación y las clases en la UCC.
Temo además que en la formación de mis hermanos SJ no se alcancen los grados altos de la contemplación y de la unión personal con Dios Padre y el Verbo Encarnado en el Santo Espíritu. NB A esto nos ayudaría la lectura de los místicos.

La vida en el Espíritu:

8. ¿Quién es Jesús para ud? ¿Cómo ha experimentado en su vida el Reino que Él anuncia?
La adhesión y el amor al Verbo Encarnado comenzó a ser preocupante, urgente y fascinante cuando en la 2da semana de los Ejercicios Espirituales pedí a Dios Padre “conocimiento interno” del Señor… [104] entusiasmo que se me ha renovado año a año hasta el presente (Cf. Mis apuntes de EE).
Durante  el teologado leí gran parte de los libros sobre “Jesús, su persona y su mensaje” y el carácter sacerdotal del Hijo de Dios es lo que particularmente me ayudó a comprender mi entrega y responsabilidad por el Reino, conforme a la meditación de las dos Banderas de San Ignacio  [136-147]. La adhesión parte del amor de su Palabra, de allí al amor de la Celebración Eucarística, de allí al amor de la cruz, de allí el ejercicio de la contemplación del misterio salvífico como lo proclama Pablo en Ef. 1, 3-10.
Mi experiencia puede definirse con el servicio permanente y la mediación sacerdotal a partir del impacto que me producen los acontecimientos nefastos del mundo actual, de las crisis de la Iglesia, de los cristianos o el desprestigio de la SJ. NB. Rezo y sufro leyendo el periódico cada día.
9. Mirando hacia atrás ¿Cuál podría decir que es el núcleo de nuestra espiritualidad para usted? ¿Qué significan los EE para ud., cómo los ha vivido a lo largo de los años?
En este punto aprendí mucho de Arrupe cuando escribió sobre el núcleo de nuestra espiritualidad el “sensus societatis” que es una concreción ignaciana del “sensus Christi” al que aspira todo jesuita que, por hipótesis, tiende a identificarse con Cristo, sobre todo a través de su profunda experiencia cristológica que son los EE (Cf. El modo nuestro de proceder, Nº 15). Con sabiduría la SJ exhorta (obliga) a todos los jesuitas dedicar los ocho días anuales a renovar la adhesión y entrega a Cristo y la Iglesia en el silencioso e íntimo diálogo consigo y con el Rey y Señor. Volviendo al comienzo de mi historia quiero dar gracias al Espíritu Santo por haberme concedido la inmerecida gracia  de haber dejado el Seminario para integrarme en la comunidad de la SJ que me acompañó en este itinerario con sabiduría, austeridad y profundidad.
La verdad y el valor de la SJ es la seriedad y eficacia del plan humano y de santidad que propone, contando con la personalidad subyugante del Maestro Ignacio, la síntesis ascética y mística de los EE y el encuentro gozoso con Jesucristo muerto y resucitado, el amigo incondicional, el jefe victorioso, el Dios Soberano plenitud de nuestra vida temporal y el Señor (kayrós) que nos espera en el reino Celestial [95]- NB. Nada tengo que reprochar al Seminario, fueron siete años felices.
10. ¿Qué le diría a alguien que quiere ser jesuita?
Todo lo aquí escrito no expresa la totalidad de lo que el Espíritu Santo realiza en lo más íntimo de nuestro ser personal donde Él está.
Si una persona normal y sincera deplora la figura distorsionada del hombre de nuestro mundo actual, ese sentimiento, como voz interior, puede ser el toque del Espíritu Santo, para buscar un ámbito donde pueda encontrar el “sentido de la vida”. La experiencia de Iñigo sigue siendo modelo de lo que Dios puede y quiere hacer con y de nosotros. Así fui llamado yo el 4 de junio de 1944, fiesta de la Santísima Trinidad.
Hay que tener en cuenta que no pocas veces el Espíritu Santo irrumpe como un vendaval en nuestros deseos, incertidumbres, desesperanzas y amores.
Yo le preguntaría si está dispuesto a dedicar su vida al servicio de los prójimos, a ese hombre desquiciado en cualquier parte del mundo por amar  y servir a Jesucristo  [94]. La Compañía lo prepararía para tan noble plan de vida.
Con sencillez y sinceridad he escrito “algunos” de los acontecimientos –que yo llamo salvíficos- en los que yo he sentido la presencia del Espíritu Santo que por pura gracia divina llamó a este adolescente (19 años) tan insignificante e imperfecto para hacerlo apóstol de Cristo en su Reino.
Me pareció una interesante propuesta para descubrir la misteriosa acción del Espíritu Santo en la vida de algunos jesuitas que estamos todavía (86 años) peregrinando con Ignacio para “facer” los grandes proyectos que nos propone el Rey y Señor y la Santa Madre Iglesia.
Espero haber satisfecho lo que se pedía.
Muchas gracias por haberme elegido para redactar esta “anámnesis” de acción de gracias.

C. A. Carranza.

El hermano Humberto Massin sj, una historia con lujo de detalles


Una pequeña historia de mi vocación.

El párroco de mi pueblo que era Mons. Marozzi en 1941, yo tenía cumplidos entonces 17 años, dijo que vendría a dar un retiro un padre jesuita a varios grupos. Para los jóvenes sería sábado por la noche, para los que querían confesarse y una pequeña homilía. Yo fui a confesarme y al terminar me dice si quería ser Hermano jesuita y le dije que no. Yo no tenía idea de esos Hermanos, ni de los jesuitas y le dije que no. Me preguntó si venía al retiro y le dije que sí. Entonces me dijo: “Entonces mañana hablamos”. La misa fue luego a las 7 y después retiro hasta las 18 hs. A la tarde me llamó, hablamos y mi negativa seguía. “Bueno, le mandaré un folletito para que vea lo que es un Hermano”. Nos saludamos y cada uno fue por su lado.

Después pasó un mes, dos meses y yo pensé: “se olvidó” y me puse contento, pero al tercero llegó. Empecé a leerlo y por la mitad, no sé si leí mal o estaba mal escrito, entendí: si no te hacés religioso, te condenás. Me dio rabia y pensaba: así todos los otros se condenarán. Lo agarré, lo puse debajo de otros libros y no lo leí más.

Al año siguiente el mismo tipo de retiro, y fui, pero preocupado que vendría con el mismo tema. Terminó el retiro sin decirme nada y quedé contento porque pensaba: “menos mal, ya se olvidó”.

El año siguiente 1943, el párroco dijo: “este año el retiro será para las chicas y los muchachos de tres días y sin ir a la casa.” Fui al segundo día, dijo que los que querían hacer una confesión general, que se anoten y él los iría llamando. Fui y al terminar salió con el mismo tema.

Yo le dije que ya me había hablado y que no me gustaba. Dijo “ah sí, no me acordaba”. Yo ponía a papá que no va a querer para salvarme y quedamos en nada. Me preguntó si tenía algún primo. Le dije que sí, salí y le dije “el padre te quiere hablar”. Fue cuando terminó, nos juntamos para hablar de ese asunto y nos desanimábamos uno al otro. Y él me dijo: “Le voy a decir que no voy a ir” y le dije que lo dijera también por mí porque yo tenía miedo de ir a decírselo.

Dijo Jesús: “yo los elegí a ustedes, no ustedes a mí” (Jn 15, 16). Esa tarde, sábado antes de terminar, empezó la procesión por dentro. Esa noche casi no pude dormir por la lucha. Domingo a misa y seguía, vuelta a casa. Almuerzo con un pequeño acontecimiento porque Camilo llegó de viaje de la luna de miel. Por la tarde ensillar el caballo y a la función de la tarde ya con un poco de ánimo de hablar con el Padre sobre lo que me estaba pasando, y después de la función hablamos del problema: yo siempre en contra y no sabía qué hacer, pero él muy entusiasmado:

  • ¿Le dijiste a tu papá?

  • “No”, le dije.

  • “Dígale”.

  • “Dígale usted”, y así más o menos terminamos.

Saludos y fui a la Cooperativa a jugar al truco con chinchibirra y choricito, y el primo que fue al pueblo con sulqui. Le dije que quedara y yo lo llevaba en anca. Se terminó el truco y salimos con una linda luna. Un primo a caballo y yo llevando en anca al otro; el que está con el caballo a la casa fue la primera, así que quedamos con un caballo y dos pasajeros.

La de él estaba más lejos que la mía, lo llevé hasta cerca y en ese tramo le conté lo que pasaba. El padre viajaba el miércoles. Nos saludamos y le dije: “no sé lo que pasará, así que te saludo hasta cuando Dios quiera”. Esa noche dormí un poco más tranquilo, al levantarnos el lunes papá me dijo que atara los caballos al coche que iría al pueblo; después vino allí y me dijo:

  • Berto ¿qué estás pensado?

Un poco turbado le conté; me dice “¿y qué?”

  • No sé.

  • Bueno, yo voy a hablar con el párroco.

Volvió luego y me dijo:

  • El párroco te espera mañana a las 10.

Fui, hablamos del problema. Me pregunta si tenía novia. Algo hay, le dije, pero no hay compromiso. “Bueno si papá te deja andá porque hasta 10 años no hay compromiso definitivo”. Pero en esa época, si una chica o un muchacho iban para consagrarse y volvían a casa, era un deshonor para la familia. Llegué a casa. Papá me llevó a su pieza para ver cómo iba la cosa. Hablamos pero no sabía qué decir y me dijo:

- Te dejo un rato para que pienses.

Volvió:

-“¿Qué pensaste?” -me dice.

Fue un: “me voy”, con poco entusiasmo.

Luego el almuerzo y al terminar da la noticia y pregunta que qué dicen. Un silencio santo dice “si quiere que vaya”. Unas lágrimas de mamá y Carmen, y a preparar ropa y no había gran qué y al día siguiente ya salía para Santa Fe con el padre, y esa tarde fui a carpir maní.

Al día siguiente papá me llevó al pueblo y de allí el P. Mario nos llevó a Reconquista. Digo “nos llevó” porque iban otros dos, pero con la vocación para sacerdote. Agostini que se ordenó y Bianchi que salió.

  • ¿Por qué jesuita?

  • En esto hay que preguntarle al Señor, ni los conocía y ni qué eran los hermanos, etc.

  • ¿Qué sueños se han visto realizados en tantos años de Compañía? ¿Qué misiones tuvo en la Compañía y qué significaron para su vida? ¿Qué campos apostólicos?

-De aprender los oficios donde me mandaran los superiores, que fueron varios y que doy gracias a Dios y que los realizaba lo mejor posible. Compras, apostólicos estando en Mendoza, un poco de catequesis.

  • ¿Cómo vivió los tiempos de crisis personales? ¿Qué lo ayudó a vivirlos?

-Crisis personales a Dios gracias no fueron muchas, doy gracias a Dios de tener el coraje de hablar con los superiores y el confesor.


  • ¿Qué han significado los compañeros, los amigos y amigas para su vida? ¿Cómo ha experimentado el compañerismo, la amistad?

- En esto doy gracias a Dios, tengo muchos en todos los sitios donde estuve y fue y es una gran ayuda mutua en todo sentido.

  • ¿Qué significa la Compañía de Jesús para la Iglesia actualmente?

- Creo que en estos tiempos la Compañía va por buen camino, que está al servicio de la Iglesia Universal, a los pobres y gran respeto al Papa.

  • ¿Quién es Jesús para ud? ¿Cómo ha experimentado en su vida el Reino que Él anuncia?

- Para mí ha ido creciendo el conocimiento y amor a Jesús, de su entrega para la salvación de la humanidad, que a veces se nos pasa por alto, y pido poder llevar el mensaje del Misterio Pascual con alegría… pero… a veces, al medio día, me pregunto, con esa cara de hoy qué mucho podrás hacer.

  • Mirando hacia atrás ¿Cuál podría decir que es el núcleo de nuestra espiritualidad para usted? ¿Qué significan los EE para ud., cómo los ha vivido a lo largo de los años?

- Mirando hacia atrás y hacia delante, es una, así como se revisa y controla un motor para que siga dando servicio, son los EE anuales y dar gracias y ayuda para adelante, aunque a veces no es fácil.

  • ¿Qué le diría a alguien que quiere ser jesuita?

- Que le pida al Señor conocer su voluntad.

... mi empeño fue el hombre, lo humano, su misterio... R.P. Fernando Boasso S.J.

Fernando Boasso (1921)




La vida de jesuita:


  1. ¿Qué referencias mínimas darían cuenta de quién es ud.?

Soy un ser religioso, desde niño (6 años…), me preocupaba por aceptar la voluntad de Dios en las cosas que me afligían. No rezaba que me librara. Para otras cosas hacía novenas a la Virgen para conseguirlas. Ya sacerdote, recuerdo cuando estudiaba en Paris, algunos me decían el “monga”…

  1. ¿Por qué jesuita?

Ya en primera adolescencia, un amigo vasco que nos visitaba, oriundo de San Sebastián, contaba cómo en los colegios jesuitas enseñaban cosas maravillosas como nadie en España. Desde muy chico era muy aplicado a los estudios. Ya en la escuela primaria mi maestra informaba a mis padres que yo era el alumno más aplicado que había tenido. (No significaba el más inteligente).

Mi inclinación era escribir, inventando pequeños cuentos, en los cuales no sabía terminar. Ya en la compañía, en el juniorado estudiaba como seducido por el latín y el griego, y el humanismo clásico. Me sentí muy a gusto como “maestrillo”: me tocó enseñar humanidades y Retórica en el Seminario diocesano de Villa Devoto. Me apasionaba la literatura también castellana. En filosofía, igualmente me apasioné por ella. También y más en teología. Experimentaba mi “ser religioso"… mi vocación plena.

Había ingresado al Noviciado a los 20 años. En aquel entonces la mayoría era más joven. A los de mi edad se les concedía abreviar el currículo. Yo preferí cursarlo íntegro. Así, todos los estudios míos fueron 16 años, aunque en los últimos años ya sacerdote daba EE, incluso a sacerdotes.

Siempre fui enamorado de la liturgia y el canto. Señala que en los estudios (de Filosofía en adelante), la raíz, la línea fuerza de mi empeño fue el hombre, lo humano, su misterio. Lo traté en mis libros.

  1. ¿Qué sueños se han visto realizados en tantos años de Compañía? ¿Qué misiones tuvo en la Compañía y qué significaron para su vida? ¿Qué campos apostólicos?

El acontecimiento más importante: el Concilio Vaticano II. La inmensa ilusión de una realidad, de un mundo nuevo en la Iglesia vivida paso a paso. Todo comenzó con el Papa Bueno Juan XXIII.

La misión dada por el P. Provincial al designarme superior de la Compañía de Córdoba (1962) fue para mí muy importante. Había que iniciar el proceso de renovación de la liturgia, cantos, salmos de Gelinat, altar de frente, etc. un nuevo estilo pastoral. Se permitía hablar con cierto cuidado de cambios en la Iglesia, antes una herejía protestante… ello generó para más de uno críticas, etc.

Monseñor Angelelli, Obispo Auxiliar aprobó y ponderó la práctica de la Compañía como el primer hecho positivo del Concilio en Córdoba.

Luego de Córdoba, en Buenos Aires, docencia en la Universidad del Salvador y el Máximo, estudié cada uno de los Documentos Conciliares (creo que como nadie de los profesores de allí). Se decidió una semana de estudio sobre los cuales y se me encargó la exposición y comentarios.


  1. ¿Cómo vivió los tiempos de crisis personales, de la Iglesia, del mundo? ¿Cuáles fueron sus momentos más decisivos? ¿Qué lo ayudó a vivirlos?

(En los años del Concilio) La crisis en la Iglesia y la mía personal. En nuestra Provincia, un derrumbe. Salieron unos 70 estudiantes, algunos me preguntaron qué significaba ser cristiano. Mi crisis fue más hondamente espiritual, un doloroso y largo desconcierto, suerte de muerte del alma. Ningún jesuita pudo ayudar. Algún intento de fundar otra teología de un profesor joven era para mí simplemente algo sin fundamentación.




La vida en misión:



  1. ¿Cómo definiría su estilo de trabajo? Si tuviera que elegir algunos baluartes en su vida, ¿cuáles serían?


Asunto providencial, del Espíritu Santo: formé parte de un grupo dirigido del P. Lucio Gera, eximio teólogo; fue la COEPAL, cuyo cometido era cómo interpretar y aplicar pastoralmente en la Argentina el Concilio Vaticano II. La actuación de Gera fue para mí fundamental, intelectual y espiritualmente. Además su testimonio de hombre de Dios.

Breve agregado: mi estilo de trabajo: unión constante de actividad pastoral jesuítica, docencia, EE, residencias, parroquia, simultáneamente escrito de 23 libros publicados.


  1. ¿Qué han significado los compañeros, los amigos y amigas para su vida? ¿Cómo ha experimentado el compañerismo, la amistad?

La convivencia constituyó para mí un valor invaluable. Y aun el juniorado, y en particular en el Máximo en el cual en mi época había más de 200 estudiantes, uruguayos, paraguayos, bolivianos y chilenos. Jamás antes había experimentado semejante compañerismo. Verdaderamente convivencia feliz. Los uruguayos eran iguales a nosotros. Los otros algo diferentes, enseguida hacían amistad.


  1. ¿Qué significa la Compañía de Jesús para la Iglesia actualmente? ¿Qué esperanzas y temores lo acompañan a esta altura de su vida con respecto a la realidad que vivimos?

La Iglesia actual. Un aspecto más positivo que antes en el que me siento a gusto está en que cada vez es menos clerical. Formamos un todo unidos con los laicos, con toda la importancia de las mujeres. La iglesia se arrepiente de la haberlas considerado antes como menos dignas que los hombres. ¿Ignorábamos que la Iglesia es femenina?

La Compañía en la Iglesia Actual. Me parece que ha disminuido la valoración que le otorgamos antes. ¿Cuál es su papel actual? Una premisa: en general la sociedad vive cada vez más dependiente de lo de afuera de sí, de lo exterior. Todos los medios de la tecnociencia, incluso el celular que se lleva al cinto usado correctamente viendo su pantallita; todo muy útil. Pero puede llegar a una suerte de adicción. Ello resulta negativo en cuanto al uso. Aquí interviene también el innegable poder de la nada hoy universalizada. En resumen: la vida se vive cada vez menos interior, menos silencio, cada vez se vive menos historia, sólo hechos puntuales. (Ver la televisión). Conclusión: ¿Qué significado implica en la misión de la Compañía en la vida actual? Lo principal: recuperar la vida interior, (ella más libre para decidir su camino). Más en concreto, mediante los EE. Recordar la carta de Benedicto XVI al inicio de la 35 Congregación General, acerca de ser fieles al carisma ignaciano. Afirma el Papa: “es necesario que volvamos otra vez a la experiencia espiritual de los EE” (12). Creo que estamos cumpliendo en nuestra Argentina.




La vida en el Espíritu:



  1. ¿Quién es Jesús para ud.? ¿Cómo ha experimentado en su vida el Reino que Él anuncia?


Jesús para mí en los EE. Desde la primer semana de EE hasta la cuarta buscamos el conocimiento interno de Jesús para más amarlo y seguirlo. Que se arraigue en nuestro corazón. Yo iba descubriendo la verdad de Jesucristo. Y desde mis primeros años de sacerdocio ese Cristo-Centro lo sentía (sentir de San Ignacio) como Cristo crucificado. En cumbre, el misterio de la cruz. Así se me entregaba. ¿Por qué? Sin duda era por moción del Espíritu Santo, pero también tenía que ver con problemas en lo hondo de mi existencia, mis sufrimientos desde mis 35 años hasta ahora. Sufrimientos físicos (enfermedad) y espirituales. (No voy a concretar, no es una confesión). El Señor lo habrá permitido por mis pecados. También por una larga prueba. Jamás dudé de mi vocación. Junto con el sufrimiento he sentido mucho consuelo, alegría de corazón. Hoy me hallo contento en mi vida en la Compañía. Recordando esa existencia uncida de sufrimiento, hoy veo así al Señor, el misterio de la Cruz es el sí de Dios al hombre (También a mí): la expresión máxima de su AMOR, fuente de vida eterna del Jesús resucitado, el siempre conmigo, ello, presencia pascual en cada Eucaristía que celebro. NOTA: expresé esa experiencia en mi libro: “Eucaristía, cumbre y corona del relato bíblico.”

Experiencia del Reino. Jesús anuncia que el Reino de Dios siempre viene, está cerca incluso que ya está en nuestra historia. Hay que creer y convertirse. Es decir, cambiar de camino, comenzar un camino nuevo cumpliendo la voluntad de Dios que nos ama. Nos llama, golpea mi puerta para que abra mi corazón, y perdonar mis pecados: para sanar nuestras heridas y restaurar todo ser humano degradado, disminuido socialmente, para reinar en los pobres.

Gracias, Señor, porque quieres que se cumpla tu designio de AMOR mediante Jesús, que para eso se pasó haciendo milagros. Y para redimir y sanar la quiebra de la humanidad, el misterio del AMOR crucificado, la cruz! Unido a Cristo (no sólo la doctrina) valía la pena la misión de anunciarlo con amor a todos para mayor gloria de Dios.


El jesuita más longevo de Argentina - P. Mario Anzorena SJ


La vida de Jesuita:
- ¿Qué referencias mínimas darían cuenta de quién es ud.?
- Tengo 93 años y no sé si todos han sido fecundos. Me gusta la Verdad, el Orden y la Justicia, y trato de vivirlas. Dos episodios marcaron mi vida: un año en Europa visitando familiares y ciudades, dirigido por mi madre, y posteriormente –ya jesuita- un mes y medio en Asia visitando países al frente de un grupo, unido a 30 mejicanos.


- ¿Por qué jesuita?
- Posiblemente por tener un tío jesuita alemán en el Japón y por mi entusiasmo por las misiones guaraníes que visité íntegramente aún en Bolivia. El magisterio me marcó también enseñando latín y griego a jesuitas.
Me he dedicado a ejercitar la Oratoria y el Periodismo en los 35 años que estuve al frente del Apostolado de la Oración; la misa dominical del Canal 11; los “3 minutos con Ud.” En 3 canales y la dirección de la Revista “El Mensajero” que llegó a 7000 ejemplares.
- ¿Cómo vivió los tiempos de crisis personales, de la Iglesia, del mundo?
Traté de mantenerme neutral en política durante la Revolución Libertadora, en que se comprometieron tantos jesuitas. Allí oí a un jesuita que había sido Maestro de Novicios defender el asesinato de un ex presidente. Hoy observo asombrado cómo se elude comentar la actual situación de abandono de la Iglesia de miles…

La vida en misión:
- ¿Cómo definiría su estilo de trabajo?
- Trato de acomodarme al auditorio, y preguntarme siempre cuáles son los prejuicios y dificultades que ellos tienen respecto al tema que deseo proponerles. Siempre empiezo por ese enfoque en los sermones y ejercicios que doy, y en los problemas que trato de dilucidar para llevarlos a la fe. ¿Baluartes? Creo que son el interés por comunicarme sinceramente y llegar a compartir sentimientos con los oyentes y lectores que enfrento.
- ¿Qué han significado los compañeros, los amigos y amigas para su vida?
- Poco, antaño en la Compañía, dicho enfoque no se fomentaba. Y esa cerrazón hoy se observa en algunas comunidades de gente mayor.
- ¿Qué significa la Compañía de Jesús para la Iglesia actualmente?
- Creo que somos en algunos lugares la Vanguardia de la Iglesia. Temo, sin embargo, que la Iglesia debe adecuarse a los sentimientos e inquietudes que hoy predominan en la opinión pública para poder influenciar más en ella, y llevarla a la Verdad de la Fe. Hay atraso en eso.

La vida en el Espíritu:
- ¿Quién es Jesús para ud.?
- Es sin duda, mi punto de apoyo y orientación de mi vida. El Reino es la meta que ha orientado mis trabajos y lo que he intentado compartir con los que me rodeaban.
- ¿Cuál podría decir que es el núcleo de nuestra espiritualidad para usted?
- Indudablemente, son los ejercicios. Pero no se trata de repetirlos y adecuarlos al gusto de hoy y al vocabulario moderno. Eso es lo que he intentado hacer en los ejercicios que he predicado y vivido.
- ¿Qué le diría a alguien que quiere ser jesuita?
- Que trate de adecuarse al estilo de vida, desde el noviciado. Que sea generoso en ese enfoque de vida y que trate siempre de dar lo mejor de sí, aunque algunos a su alrededor no lo hagan.

Un jesuita misionero y obispo - Joaquín Piña SJ



"Me parece que tu India está en América Latina"




+ Infancia y familia:
 
San Pablo decía que si Jesús no hubiera resucitado, nosotros seríamos los más infelices de los hombres que han existido. En paralelo, aunque indigno, sin Jesús mi vida no tendría ningún sentido
 
Tuve la suerte -¡que es Gracia de Dios!- de conocerle de muy chico, en una familia donde realmente se vivía la fe cristiana. (Por algo teníamos un tío, hermano de mi padre, que fue siempre el capellán de la familia: les casó a mis padres, nos bautizó a todos, nos dio la Primera Comunión…). Y una prima de mamá, religiosa carmelita, que durante la guerra vivió con nosotros y fue la que nos preparó para la Primera Comunión. Mi hermanito menor, años más tarde entró como religioso escolapio, y es hasta hoy un celoso misionero en la frontera calienta del norte de México. 
 
Creo que me ayudó también el que mi familia en mi infancia (de los 6 a los 9) vivimos tiempos de guerra, bajo un régimen comunista, donde la Iglesia fue horriblemente perseguida. Yo siempre he sostenido que las persecuciones le han ayudado a la Iglesia más que los beneficios (o privilegios) del poder. Cuando la fe es perseguida se valora más



 
+ Tiempos de escuela:
 
Al terminar la guerra y reabrirse los colegios religiosos –yo tenía 9 años-, mis padres, con no poco sacrificio, queriendo para mí lo que entonces se pensaba era la mejor de las educaciones, me llevaron como interno a un colegio que la Compañía tenía y tiene en la zona alta de Barcelona. En aquel Colegio de san Ignacio, de Sarriá, viví y estudié durante nada menos que 8 años. Una vida casi de monje, que aguanté estoicamente. (Ninguno de mis hermanos ¡aguantó tanto aquél régimen de internado!). Sin embargo, yo tengo del mismo los mejores recuerdos. Entre otras cosas, porque fui de tener buenos amigos, a los que debo reconocer que debo mucho. Pero, sobre todo, a los testimonios de unos Padres que lo daban todo por nosotros. 
 
Claro que no hay que idealizar, pero es evidente que tantos años con los jesuitas me marcaron. Y aunque, en una oportunidad uno de ellos me dijo que mi carácter era lo más contrario a lo que se requería para ser jesuita –cosa que me dolió mucho-, mi vocación se fue perfilando, aunque la semilla venía de muy atrás. Yo recuerdo que el día de mi Primera Comunión ya le había dicho a Jesús que quería ser sacerdote. Con el tiempo esto se fue aclarando. Sin duda que ayudó mucho el que todos los años, con el Colegio, hacíamos Ejercicios Espirituales de San Ignacio, casi una semana, y en silencio. Y nos lo tomábamos en serio. Con razón que de mi curso entramos creo que 7 en el Noviciado o en el Seminario. En mi caso se fue haciendo cada vez más claro que sería sacerdote y jesuita. Y además misionero, ya que en aquellos años se vivía intensamente una espiritualidad marcada por la extensión del Reino de Dios, particularmente en aquellos lugares donde todavía no había sido anunciado el Evangelio, o la presencia de la Iglesia era muy minoritaria. 
 
Recuerdo que cantábamos una canción que decía: “mirad la bandera que eleva en España Javier, que a las India a Cristo acompaña…”. Con frecuencia recibimos la visita de aquellos Padres misioneros que trabajaban en India y en otros lugares. Por aquellos años influyó mucho también la representación que se hacía del drama de José María Pemán, “El divino Impaciente”, sobre la vida de san Francisco Javier. Era común también el que nos entusiasmáramos con la lectura de las vidas de los Santos. Más de uno de mis mejores amigos terminó en la India. India era también para mí mi sueño por aquellos años. “PARA QUE TODOS CONOZCAN A CRISTO”, era el slogan. Hasta que años más tarde, mi Maestro de novicios me dijo un día: “Me parece que tu India está en América latina…” son los caminos de Dios. 
 
+ Vida de jesuita:
A los 18 años entré en la Compañía. Aunque la decisión ya estaba tomada, no fue fácil. (El diablo siempre pone algunas trabas…) pero estas dificultades, reconocí luego con los años, que me ayudaron para afianzarme más en la vocación. Lo que sería madurar aunque sea un poco… aunque no era lo más importante, pero un poco de miedo tenía al estudio que decía que los jesuitas tenían que ser muy sabios, y yo nunca me tuve por “bocho”. Me animó mi Padre Espiritual cuando me dijo: “Por donde pasa un burro, pasan dos” (!). ¡Gran argumento! Pero así entré, confiado en Dios, hasta el día de hoy. 
 
+ FORMACIÓN: 


Fui novicio en Veruela, un antiguo monasterios Cisterciense del siglo XII. Cuando entré ya habían celebrado el octavo centenario. Quedaba en medio del campo, en un valle, al pie del monte Moncayo, un lugar tranquilo y aislado, que para nosotros, en aquel entonces era el “non plus ultra”. Recuerdo que cantábamos: “Veruela rincón ideal…”
Terminamos los estudios filosóficos, cerca de Barcelona (en la facultad de San Francisco de Borja), fui destinado a la recién creada Viceprovincia del Paraguay, donde trabajé como “maestrillo” durante tres años, bajo el régimen del Exmo. Sr. Presidente de la República y Gral. del Ejército Don Alfredo Stroessner, que reinó (!) en Paraguay durante 34 años, de los que yo lo “aguanté” como 20. Había venido de la España de Franco, y cuando del Paraguay pasé a la Argentina me encontré con los regímenes militares, (dictaduras), de los Videla y compañía. Por esto dije alguna ve que soy “experto en dictaduras” (!).
+ SACERDOTE: 


En Paraguay trabajé muy a gusto. Lo sentí como mi segunda Patria. Estudié la teología en el Colegio Máximo de San Miguel, (Buenos Aires) y el 61 me ordené sacerdote en Asunción. Mis primeros años de sacerote trabajé en el Colegio de Asunción. Los fines de semana me escapaba siempre a los barrios, acompañando a algunos chicos más selectos íbamos a enseñar catecismo. Así fui conociendo, al entrar en contacto con la realidad de la pobreza de la gente. Después de unos años, nos fuimos a vivir, con un compañero jesuita a un barrio de la periferia de Asunción. Lo que llaman una comunidad de inserción. Una comunidad nueva, creciendo con la gente. Realmente muy lindo. 
 
+ FORMADOR: 


Estuve también un tiempo como formador y profesor en el Seminario Mayor Nacional, y los dos últimos años y medio como Maestro de novicios, en Paraguar. Siempre me había interesado mucho por la Pastoral Vocacional. Los primeros años de la Viceprovincia enviábamos a los candidatos a cualquier lado, hasta que se formó el Noviciado a Paraguay. En mi tiempo llegamos a tener hasta 15 novicios. Naturalmente que no todos perseveraron, pero los que quedaron son hasta hoy excelente jesuitas. 
 
+ OBISPO: 


En 1986 ocurrió lo que menos nunca hubiera podido imaginar. Porque evidentemente yo tenía muy clara mi vocación para ser sacerdote y jesuita, pero nunca ni me pasó por la cabeza esto de ser Obispo. Cuando el Obispo de Posadas, MOns. Kémerer me visitó en el noviciado para decirme que el Papa me había nombrado Obispo de la nueva Diócesis de Puerto Iguazú, quedé desconcertado. Yo les acababa de explicar a los novicios que los jesuitas nunca teníamos que ser Obispos. ¿Qué les digo ahora? Tuve que llamar al Provincial para que viniera él a decírselo… en fin, fue un momento difícil, hasta que me tranquilicé cuando llegué a la conclusión de que lo que ya había aprendido también en la Compañía, que a fin de cuentas lo único importante en esta vida es hacer la voluntad de Dios, y estar donde Él nos quiere. Si él lo quiere, Él me ayudará. Y así fue. Durante un poco más de 20 años estuve en Iguazú tratando de armar una Diócesis nueva, y sobre todo de ayudar a la gente. Mi lema fue, y traté de cumplirlo: “PARA SERVIR”.
+ HOY:
 
Fue muy lindo ver “crecer” una Iglesia. Muchas veces dije que es más lindo hacer algo nuevo que remendar algo viejo, y así se hizo la Diócesis de Iguazú, con un estilo bastante particular, (tal vez no muy convencional). Tal vez habrá que decir como San Pablo: “Yo planté, Apolo regó,…pero es Dios el que tiene que dar el crecimiento”. El mismo día que cumplí los 75 años presenté mi renuncia al Papa. Un año y medio más tarde, a fines de 2006 me la aceptó y nombraron un sucesor. Desde entonces, como emérito, volví a vivir a esta comunidad de la Parroquia de Iratí, en Posadas, donde yo había sido párroco allá por los 80, hará como treinta años. La verdad es que tenía muchas ganas de volver a una comunidad jesuita, y aquí me tienen, tratando de ayudar en lo que puedo. ¡Ya cumplí mis 80!, pero mientras nos dé vida y fuerzas algo tenemos que hacer. Y aquí me siento muy bien, atendiendo a la gente. Muchos me conocen, porque como dije había sido párroco en esta parroquia tantos años atrás: -Ud., padre, nos casó. Ud. Me dio la primera comunión,… gente sencilla con la que me siento muy a gusto, y por todo dando gracias a Dios. La vocación es el gran regalo de Dios, y como dice la Sagrada Escritura, hablando de Sabiduría “todos los bienes vinieron junto con ella” Dios quiera que sean muchos los que se animen a seguir por este camino, que yo les aseguro que, si son fieles, serán muy felices.

+ PIÑA Y LA POLÍTICA: “Piña les dio una piña”…
En mis 63 años en la Compañía de Jesús, nunca tuve un destino tan largo como los 20 bien cumplidos que estuve a cargo del pastoreo de la Diócesis de Iguazú. Mi principal preocupación fue siempre predicar el Evangelio, pero no un Evangelio desencarnado, fuera de la realidad, sino bien inserto en lo que vivimos
 
En la Congregación General 32, de la que participé, se definió que la misión de la Compañía era la defensa de la fe y la promoción de la justicia que brota de esta misma fe. Dos cosas que no pueden separarse. En otras palabras, que hemos de ser coherentes con lo que creemos. 
 
En la Diócesis de Iguazú siempre se dijo que nuestro compromiso era el anuncio del Evangelio, y la denuncia de todo lo que a él se opone. Naturalmente que esto nos trajo algunas dificultades, porque siempre hay gente a la que no le gusta que se digan algunas verdades
 
Esto lo experimenté personalmente, sobre todo al final de mi episcopado, el año 2006. En la Prov. de Misiones, el entonces gobernador, C. Rovira, se había propuesto cambiar la Constitución para poder perpetuarse en su cargo.
Una pretensión tan exagerada, y por supuesto antidemocrática, provocó felizmente una reacción de la mayor parte de la población. Pero había que definirlo en un “referéndum”, para el cual se unió mucha gente, formando lo que se llamó “Frente Unido por la Dignidad” (FUD), y parece que no encontraron a otro que lo pudiera encabezar, de modo que después de un largo discernimiento, me di cuenta de que debía aceptar esta responsabilidad, que desde luego era transitoria y no política. 
 
Dios nos ayudó, y se le pudo poner freno a la reelección. El resultado de las elecciones fue contundente. El triunfo del “NO” tuvo una gran repercusión, y no sólo en el país, algún diario extranjero llegó a titular: “Primera derrota electoral del presidente Kirchner” (que había apoyado la reelección). Un poco jocoso, otro medio tituló: “Piña les dio una piña”…
Me cansé de repetir que el mérito no era mío, y que al que había que felicitar era al pueblo de Misiones, que se puso de pie para defender su dignidad y la democracia. Dejé también bien claro que creía haber cumplido con el deber de defender a mi pueblo, pero que llegaba sólo hasta ahí. Que nunca iba a aceptar un cargo público, como me proponía algunos, porque mi vocación no era la de un político sino la de un pastor. Aunque sí, como lo repetí tantas veces, muy preocupado por mi pueblo.

Testimonios Jesuitas


Con alegría queremos acercarles algunos testimonios de jesuitas con mucha experiencia y vida. Con estos testimonios queremos obtener un “extracto” jesuítico que nos permita valorar sus vidas más profundamente, alimentarnos de sus experiencias y acrecentar el patrimonio humano de la Compañía de Jesús en Argentina y Uruguay. Buscamos ahondar en la posibilidad de entrever los caminos que el Espíritu nos ha querido regalar a lo largo de los años y, especialmente, a través de estas vidas llenas de historia y experiencia. ¡Que los disfruten!

José Gette sj
Emmanuel Sicre sj


Testimonio Juan C. Scannone SJ

"Lo mejor que me pasó en la vida"


Una vez, un amigo mío, cuando me presentó a su mujer, me dijo: “ella es lo mejor que me pasó en la vida”. Eso me hizo caer en la cuenta que el llamado que me hizo el Señor a formar parte de su Compañía fue “lo mejor que me pasó en mi vida”, tanto por todo lo que supone -ante todo, ser cristiano- como por lo que conllevó consigo, aun en el plano de la realización humana.

Antes que la vocación al sacerdocio sentí el llamado a una entrega total a Dios, y al seguimiento radical de Cristo en la vida religiosa. Conocí a la Compañía por lecturas y porque frecuentaba dominicalmente la iglesia del Salvador, aunque siempre asistí a escuelas del Estado. En los primeros tiempos solía confesarme con el P. Ochagavía, -creo que se llamaba Fernando-, jesuita chileno, tío del P. Juan Ochagavía, quien me pasaba hojitas sobre la comunión frecuente, etc., y también me dio un folleto, si mal no recuerdo, del P. Doyle, sobre la vida religiosa y, luego, un libro algo más extenso sobre el mismo tema, del P. Parola. Entre las órdenes y congregaciones, me parecía que la Compañía seguía a Cristo no sólo en la vida activa, sino también en la contemplativa, y que, al no tener un apostolado único y predeterminado, me abría más la posibilidad de hacer la Voluntad de Dios, sin precondicionamientos. En ese momento era indiferente a ser sacerdote o hermano jesuita, más tarde comprendí que Dios me llamaba a ser sacerdote en la Compañía. 


Como dije, mi conocimiento de ésta fue doble, por un lado, el contacto en la iglesia del Salvador, tanto en las confesiones -con el P. Ochagavía y, luego, con el P. Beguiriztain-, como cuando empecé a ayudar misa -gracias al pedido del Hno. Munar-, y más tarde, en la Congregación mariana del P. Galarza. Por otro lado, como me gustaba la lectura, cuando en mi casa se acabaron las novelas, leí otros libros que me habían regalado, entre ellos, la vida de San Ignacio de Loyola y algunas historias noveladas de misioneros de la colección “Desde lejanas tierras”. Todo ello incidió en mi vocación, no en último lugar el ejercicio de la oración mental, aprendida en lecturas, aunque todavía no conocía el consejo de Ignacio de “reposarse, sin pasar adelante”. Además, no faltaron consultas hechas a los Padres S.I. sobre mis estudios de magisterio, por ejemplo, acerca de pedagogía y aun de filosofía, cuando -gracias a la lectura de “Una filosofía antropológica de la educación” (o algo así) de De Hovre, recomendada por el P. Pizzariello- caí en la cuenta que detrás de cada proyecto pedagógico hay una antropología filosófica. En los dos últimos años antes de mi entrada al noviciado, frecuenté las clases del Instituto Superior de Filosofía, donde enseñaban los PP. Enrique Pita, Ismael Quiles y Honorio Gómez, (al primero y al tercero solía ayudarles la misa). En ese Instituto -cuna de lo que luego fue la Universidad del Salvador- la mayoría de los alumnos eran adultos, sobre todo profesionales, pero también asistíamos tres adolescentes, a saber, el que luego fue el P. José Luis Romero -que entró al noviciado unos días antes que yo, y murió en la Compañía-, quien fuera más tarde el Dr. Novo, psiquiatra, pero que entonces deseaba ser jesuita -aunque nunca entró-, y yo.
Varias experiencias espirituales marcaron mi vida de jesuita. El primer año de noviciado hice el mes de Ejercicios, pero fue en el segundo año que el P. Maestro Francisco Zaragozí, me permitió repetir la Segunda Semana y, como saqué mucho fruto, especialmente en la meditación del Reino, me permitió seguir con la Tercera y Cuarta. Más tarde, muchas de las experiencias clave las tuve en Ejercicios, sobre todo en mi Tercera Probación, hecha en Francia con el P. Antoine Delchard, excelente director espiritual. Pero también fuera de los mismos, por ejemplo, durante mis estudios de filosofía en San Miguel, me impactó fuertemente la lectura de los textos del P. Jerónimo Nadal, citados en el libro del P. Nicolau: allí aprendí entonces que el “con Cristo” de la meditación del Reino es también un “en Cristo”, según la expresión de San Pablo: vivir en Cristo, amar en Cristo, ser tomado por Él como su instrumento libre al servicio del Padre, en el Espíritu.
Mi misión en la Compañía siempre se centró -aunque no exclusivamente- en el apostolado intelectual y de la formación intelectual de jesuitas y no jesuitas. Para mí, sobre todo gracias a la experiencia de los Ejercicios, en especial, durante la Tercera Probación, dicho apostolado se alimenta de la vida espiritual, el espíritu de los Ejercicios y el discernimiento ignaciano. Pues, en el mes de Ejercicios hechos en Saint-Martin d’Ablois, algo “se rompió” en mí, liberándome en principio del apego demasiado inmediato a la cultura humana, filosófica y teológica, para poder ponerla al servicio. Y así, también la recibí, “por añadidura”.


Gracias a Dios, en cada etapa de mi formación encontré un verdadero “maestro”, no sólo el P. Zaragozí, en el noviciado, sino también el maestrillo, luego P. Pedro Fuentes, en el juniorado; el P. Miguel Ángel Fiorito, en filosofía, Karl Rahner, en teología -la que estudié en Innsbruck-, y el ya mencionado P. Delchard, en mi tercera probación, a quienes se puede agregar también Max Müller, en el doctorado (Munich). Cuando entré a la Compañía estaba convencido que era muy estudioso y podía aprender mucho, pero, como la formación recibida en la Escuela Normal era enciclopédica, entonces pensaba que yo carecía de creatividad intelectual. Pero los trabajos de reflexión sobre los Salmos y documentos de la Compañía, que nos hacía realizar el Padre Maestro en el noviciado y, sobre todo, los del juniorado, hicieron que descubriera esa nueva veta de mi vida intelectual, tanto en el nivel del pensamiento mismo como de su expresión escrita. Recuerdo que, junto con los que después fueron los Padres Olivera, Sáenz, Sobrón y Jorge Anzorena, redactábamos una revista en el juniorado, con nuestros trabajos humanísticos y de crítica literaria. Mi primera publicación -en “Ciencia y Fe”, que luego se llamó “Stromata”- fue la reseña, escrita para la revista del juniorado- sobre “El fin de los tiempos modernos” de Romano Guardini. Tanto es así que el P. Visitador, P. Moreno, me propuso entonces destinarme a profesor del juniorado. Es de notar que tanto el P. Zaragozí como Fuentes, en el tipo de trabajo que nos hacían hacer, seguían el método del entonces maestrillo Juan Luis Segundo, uruguayo, luego uno de los teólogos líderes de América Latina, quien, a su vez, continuaba el camino iniciado antes por otro maestrillo, el ahora P. Enrique Fabbri.


Más tarde, al terminar mis estudios filosóficos, el P. Fiorito me propuso dedicarme a la filosofía; por eso, después del magisterio -en el cual enseñé literatura y Humanidades en el Seminario Menor de Buenos Aires- fui enviado a hacer la teología con Rahner, por su impronta especulativa en la reflexión teológica. Y, aunque en ese tiempo pedí que me destinaran a ser profesor de teología, finalmente el P. Provincial Gaviña me reconfirmó mi destinación a la filosofía. Pero, desde ésta no dejé de estar al servicio de la teología, uniendo ambas estrechamente entre sí y con mi vida espiritual y apostólica, sin confundirlas. Estimo que, en el fondo, ésa ha sido mi misión y mi carisma, al servicio de los estudiantes, de la Iglesia y aun de la sociedad. Por eso elegí como materia de mi tesis a Maurice Blondel, en quien también esos tres factores estuvieron íntimamente unidos, como lo muestran sus diarios espirituales, sus cartas y sus obras, en las que predominan, respectivamente, su vida espiritual y apostólica, su teología y su filosofía..


A esa síntesis entre lo filosófico-teológico y lo espiritual-apostólico, simbolizada por la figura de Blondel, le faltaba entonces un tercer factor de lo que -visto desde ahora- ha sido mi carisma y misión, a saber, el componente latinoamericano-social. Con todo, cuando regresé a la Argentina en noviembre de 1967, no sólo yo -que había tenido de profesores a expertos del Concilio como Rahner y Josef Jungmann- sino una parte importante de la Iglesia argentina, respirábamos el espíritu del Vaticano II. En el Colegio Máximo me encontré con una reunión de sacerdotes, que luego conformarían el Movimiento para el Tercer Mundo, luego me conecté con los trabajos que estaban haciendo Lucio Gera y su grupo teológico-pastoral de la COEPAL -al cual también pertenecían los jesuitas Alberto Sily y Fernando Boasso- sobre evangelización de los pueblos, de la cultura y las culturas, religiosidad popular y pastoral popular, y en 1969, conocí a Enrique Dussel -quien ya estaba trabajando en una filosofía latinoamericana-, el cual vino a pasar unos días en nuestra casa, a fin de usar la biblioteca. De las conversaciones con él nacieron en 1970 las Jornadas Académicas interdisciplinares de teología, filosofía y ciencias sociales, de las Facultades de San Miguel, centradas en temas latinoamericanos y argentinos, que se extendieron de 1970 a 1975 inclusive, publicadas anualmente en la revista “Stromata”. Todo ello y la participación en el encuentro de El Escorial (1972), la consecuente colaboración con el CELAM y la CLAR, mis aportes -sobre todo metodológicos y epistemológicos- a la teología de la liberación, y a la filosofía latinoamericana, mi trabajo en barrios populares de San Miguel (entonces, en la Manuelita, ayudando al P. José Ignacio Vicentini desde 1971), contribuyeron a darle a lo que había recibido tanto en Córdoba y San Miguel como en Europa, el tercer componente que faltaba, a saber: la perspectiva latinoamericana, informada por la opción preferencial por los pobres, que ya la Iglesia latinoamericana había vivido en Medellín (1968) y, luego, explicitó en Puebla (1979). Por ello, me pareció acertado que, cuando -bastante tiempo después- el Hno Ariel Fresia SDB compiló un catálogo de mis publicaciones, las dividiera en tres ámbitos: el filosófico, el teológico y el de la doctrina social de la Iglesia, en ese orden.


Cuando el actual Cardenal Bergoglio era Provincial, me dijo algo que me quedó grabado, a saber, que en mis trabajos apostólicos estaba realizando de hecho la misión actual de la Compañía: el servicio de la fe y la promoción de la justicia. Pues, al enseñar teología filosófica y escribir sobre esa temática y sobre teología, estaba contribuyendo a lo primero, y a lo segundo, al dedicarme a la teología y filosofía de la liberación, y a la doctrina social de la Iglesia, además del trabajo sacerdotal entre los pobres de los barrios. Después de la CG 34, de la cual tuve el gozo de participar, podría añadir algo semejante tanto con respecto a la problemática de la cultura e inculturación (sobre todo del pensamiento filosófico y teológico) como a la del diálogo, no interreligioso, pero sí interdisciplinar e intercultural.


Sigo pensando que, con la vocación a la Compañía de Jesús, me vinieron todos los bienes apostólicos, espirituales, humanos e intelectuales que el Señor me dio y me sigue dando todavía. Espero que Él continúe regalándomelos “hasta el extremo” en el tiempo que todavía me queda de vida.