P. Gustavo Casas sj, 53 años de filosofía en la Universidad Católica de Córdoba (UCC)

Nací en Rosario (Santa Fe), el 12 de octubre de 1919. Mi familia procedía de Córdoba. Éramos 9 hermanos: 3 varones y 6 mujeres. Yo era el menor de todos. Mi padre y mis dos hermanos varones eran abogados, y mis hermanas, maestras o profesoras. Los primeras letras me las enseñó mi madre, así fue cuando me llevaron al colegio primario me ofrecieron pasarme directamente a segundo grado, porque no había jardín de infantes. Era una Escuela primaria del Estado. El catecismo se enseñaba en casa, porque éramos una familia católica tradicional, las mujeres más practicantes, los varones menos. El secundario lo hice en el querido Colegio “Sagrado Corazón” de los Padres Bayoneses, lo mismo fue para mis hermanos. Ellos eran muy franceses todos y esa fue la lengua que me quedó después. Allí me fui entusiasmando con la Acción Católica y las Conferencias Vicentinas de visita a los pobres. Estas dos cosas son importantísimas en mi vida. Del 1933 al 1938, justo cuando surge la Acción Católica en la Argentina, después del congreso nacional con Pío XII. Al terminar ingresé a la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad del Litoral, donde llegué hasta tercer año. Allí participé de la vida universitaria activamente. Eran los años de la Segunda Guerra Mundial (varios amigos murieron allí), hecho muy importante para mí porque marcó el heroico “todo o nada” de mi vocación. No era una cosita que la íbamos madurando. Yo creo que si me examinaran ahora no me admiten hasta que madure (risas). La prueba está en que a los dos días me quise escapar y el P. Sponda sj me ayudó mucho a perseverar. Entonces sufrí una crisis vocacional y el día de la Entronización de la Virgen del Rosario, durante la gran fiesta pública que se celebró el 7 de octubre de 1941, sentí claramente que el Señor me llamaba a entrar a la Compañía de Jesús. Si bien no conocía ningún jesuita (salvo por la historia del P. Fourlong, sj), influyó mucho el que nuestra casa de campo en las Sierras de Córdoba, donde pasábamos todos los años largas vacaciones, estaba situada en Santa Rosa de Calamuchita, un lugar paradisíaco, impregnada por la historia de los jesuitas, de los cuales mi padre era un admirador. En efecto, allí estaban las ruinas de la Estancia “San Ignacio” que servía de apoyo económico de la Casa de Ejercicios que funcionaba en la ciudad de Córdoba durante la colonia. En el mismo noviciado de san Alberto Hurtado sj Así, el 11 de marzo del año siguiente (1942) ingresé en el famoso, Noviciado de la calle Buchardo, y tuve por maestro de novicios al siervo de Dios P. Mauricio Jiménez sj, un español que era un caballero un santo que nos transmitía paz. Mi ángel fue el p. Carlos Sponda, sj a quien conocía desde la ACA. Y me salvó varias veces la vocación. ¡Menos mal que no salí! Terminando felizmente el Noviciado, hice tres años de Juniorado estudiando latín y griego en los autores clásicos, a través de las clases de los padres Rosés y Vicentini, principalmente. Eran los cursos que entonces se denominaban; “media”, “suprema” y “humanidades”. Esto fue todo un descubrimiento porque venía de las ciencias, la matemática especialmente. Y el humanismo me conquistó de una manera notable. “Esta fue mi cruz más fuerte. ¡Justo en ese momento de mi vida!” Me enfermé, entonces, seriamente de los pulmones, teniendo que interrumpir los estudios durante tres años (1947-1949). Este fue un punto crucial en mi vida, porque yo era un tipo muy sano. Era fuerte para las caminatas, y eso me llevaba incluso a algunos excesos. Pasó que descuidé un refrío un invierno y al verano se me declaró tuberculosis. Era fatal en muchos casos. Y la única cura era el aire y el reposo. Esta fue mi cruz más fuerte. ¡Justo en ese momento de mi vida! Fue un corte abrupto en la formación. Y uno pensando en las cosas de Dios dice: “¡qué maravilla la Providencia de Dios pero qué fuerza tiene que dar!” Estuve internado en el Hospital Español de Córdoba durante 6 meses, donde me intervinieron principalmente en 5 oportunidades. Al final, gracias a Dios y al acompañamiento constante de los jesuitas, día y noche (porque nunca estuve solo y siempre tuve un jesuita a mi lado ya que cuidarme era un oficio más de los junionres), pude salir a flote, y paso a paso. Y esto fue muy importante porque podría haberme ido a mi casa tranquilo y gracias a la Compañía seguí. Y esto hace ver lo que es la Compañía. Ya en nuestra casa, irme disponiendo para venir al Máximo para hacer la filosofía. Esto pudo concretarse en el año 1950 y 1951. Yo deseaba tener clases porque estudiaba solo. El año siguiente pasé directamente a Filosofía como un alumno más porque pedí rendir. Mis grandes maestros fueron entonces el P. Pita en Filosofía, y los PP. Álvarez, Alonso y Larrea en Teología, entre otros. La ansiada ordenación llegó el 7 de diciembre de 1954, aquí en la Capilla del Máximo. La vida de sacerdote comienza con la Revolución El año 1955 pasó la preparación del llamado “Examen ad gradum” (y los trastornos de la Revolución de Perón contra los curas, con innumerables peripecias). Aquí en el Máximo varios curas fueron presos, por eso tuvieron que irse y quedamos los teólogos de cuarto año que éramos sólo 6 en todo el Máximo. Cuando venía la policía les decíamos, para no mentir, que éramos sólo estudiantes, sin decir que ya éramos curas. Mientras atendíamos a las monjas. Universidad Católica de Cárdoba: “La vida universitaria es un don” Por fin en marzo del 56 rendí y aprobé el Examen. Y el Provincial me destinó, evidentemente por mi salud, a Córdoba: haría Tercera Probación como P. Espiritual de los juniores, y la actividad pastoral la realizaría con el P. Camargo, que, en lo que había sido el Colegio “San José” recientemente creado, había convocado la gran tarea de crear la Universidad Católica de Córdoba, la primera Universidad privada del país. La primera promoción fundadora del “Instituto”…, fue el 8 de junio del 56. Yo me sumé al grupo sólo un año después, en julio del 56. Este fue el único “Pax Christi” que se me dirigió en toda mi vida de jesuita, de manera que desde esa fecha ininterrumpidamente, hasta el 20 de agosto de 2009 en que volví a la Enfermería de Provincia, han pasado la friolera de 53 años continuados en el mismo destino. Que hayan pasado volando para mí significa que han sido años maravillosos. A la vez se trata de un apostolado quizá muy ingrato, porque es indirecto y porque las gratificaciones las recibí cuando la gente crecía, mientras sos el “profe”. La vida universitaria es un don que hay que cultivar. La actividad concreta fue la del magisterio de una “formación humanista y cristiana”. Era lo que más me gustaba hacer: dar filosofía a gente que no es filósofa, es decir, de otras carreras. Además, durante ese tiempo, me tocó la época de la guerrilla donde desaparecían alumnos. También iba a confesar a la Iglesia de la Residencia y fui Capellán del Colegio de las hermanas de Jesús María. Para más datos, me remito a los Prólogos de mis únicos libros de textos que están publicados por la Editorial de la Universidad.

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